AGONISTAS Y PROTAGONISTAS. La producción literaria de Enrique Amorín abarca exactamente cuarenta años, desde 1920 hasta 1960. Constituyen su obra total, que es ejemplo de fecundidad, de talento y de intensidad, más de cuarenta libros (cuentos, novelas, poesía lírica y política, teatro, ensayo) notas periodísticas, guiones cinematográficos.
Muchas veces se ha hecho referencia al trasvasamiento de escritores entre Uruguay y Argentina, fenómeno que configura un rasgo de las literaturas del Río de la Plata y que arranca del siglo pasado. Recuérdese la generación de proscriptos argentinos llegados a Montevideo entre 1830 y 1850, o el éxodo intermitente de uruguayos desposeídos o desgarrados que como Bartolomé Hidalgo, Florencio Sánchez, Julio Herrera y Reissig y Horacio Quiroga fueron a buscar y a dar en la Argentina lo que el Uruguay lo que el Uruguay no podía o no quería dar y recibir.
En el caso de Enrique Amorín, la ecuación es nueva. No fueron el exilio político, ni la busca de un medio económico más propicio, ni el comienzo de una etapa despoblada de fantasmas los determinantes de su afincamiento en Buenos Aires.Él no fue nunca extranjero ni desterrado.
Uruguayo por nacimiento, salteño por vocación, bonaerense por designio, Amorín afirmó su vida con raíces de amistad allí donde insitencia viajera lo llevaba y alimentó las fuentes de su creación allí donde vivía, veía y amaba las cosas y los hombres. Su narrativa creó un mundo tan universalmente válido que ya no importa reinvidicar para ella paternidades comarcanas. Y, sobre todo, la simpática trashumancia y la fraternidad con que Enrique Amorín supo eludir celos y recelos hacen de su figura, desaparecida hace ocho años, y de sus libros frecuentemente reeditados, algo que nos atañe por igual a uruguayos y argentinos.
Inauguró su rumbo literario en 1920, con un libro de poemas titulado Veinte años. Su amigo Baldomero Moreno saluda con estos versos la felicidad del comienzo:
“Con tu más bella letra ya está libro copiado,
la carátula blanca cual simbólico traje;
toda la gente a bordo y el velamen hinchado,
no vaciles un punto, lánzate denodado
Amorín, buen viaje!”
En 1960, en su Salto apacible, el escritor exitosamente ratificado por las innumerables traducciones de sus obras, sostenido por la paz que puede dar la perspectiva de una vida pródiga y generosa, se rindió a la fatiga de su corazón enfermo desde hacía años; y concluyó su más hermoso viaje.
Fuente: Capítulo Oriental. La historia de la literatura uruguaya 1968)