VEREDAS CAMINADAS POR RAMÓN MÉRICA para Diario Uruguay. (Archivo Domingo 1 de Junio de 1997).


¡Cuánto dice una ciudad; construcción humana por excelencia, del alma de sus pobladores! De los de ayer y también de los de hoy. Por eso Montevideo muestra esa compleja relación ambivalente de sus habitantes con los muros que los amparan, generalmente vistos pero no mirados y mucho menos, disfrutados. En “Veredas”, Ramón Mérica desentraña los encantos, historias y misterios que atesora esta ciudad, a través de referencias a arquitectos, historiadores, artistas y de visitas a jardines, iglesias, palacios, domicilios…


El día de las elecciones nacionales, y sí Navidad, Año nuevo o el 1 de Mayo caen en domingo, hay duelo en casa de muchos montevideanos. Son los únicos días en que la Feria de Tristán Narvaja no altera su condición de vía de circulación para transformarse en una impresionante parafernalia de vendedores, compradores, nativos, y turistas...

Las Mañanas de los domingos montevideanos pierden gran parte de su ciencia sin esa cita insoslayable con la calle de Tristán Narvaja donde se extiende, y cada vez más hacia todos los costados como venas imparables, la feria mayor y la más famosa del Río de la Plata. Tornillos sin roscas, ajíes, mueblecitos de presunto roble, nabos, gancheras, dentaduras sin sonrisas, coliflores, manteles y toallas de arcaicos ceremoniales de familia, lámparas en penumbra, una comodita de marquetería, botellas, repollos, frascos, chorizos y sombrillas conviven en una suerte de increíble delirio que hubiera enloquecido a Marcel Duchamp. Naturalmente, ese hormigueo humano tiene una larga historia, que "Veredas" amplió con Alfredo Vivalda, 47, autor de un reciente libro de Arca sobre ese ítem montevideano.

El día de las elecciones nacionales, y sí Navidad, Año nuevo o el 1 de Mayo caen en domingo, hay duelo en casa de muchos montevideanos. Son los únicos días en que la Feria de Tristán Narvaja no altera su condición de vía de circulación para transformarse en una impresionante parafernalia de vendedores, compradores, nativos, y turistas detrás, lo mismo da, de un atado de remolachas o de una arquimesa de jacarandá.




No es fácil transitarla con comodidad, dada la desmesura que han alcanzado sus brazos laterales, que se abren como afluentes insaciables  de todo lo que se pueda comprar y de todo lo que se quiera vender. Y es una historia muy larga la que rodea a ese ítem capitalino, aunque no son muchos los que conocen su verdadera historia, que no empezó en Tristán Narvaja, ni mucho menos, porque tampoco esa calle llevaba el nombre del hombre de leyes argentino, oriundo de Córdoba, que llegó a estas tierras huyendo de la persecución rosista y aquí redactó, nada más ni nada menos, que el Código Civil de la República en 1868. Recién 10 años después de ese hecho jurídico, "el domingo 15 de abril de 1878, con la presencia del Gobernador Lorenzo Latorre y sus ministros, fue inaugurada la primera feria semanal en la Plaza Independencia", como asevera Vivalda en los primeros tramos de su detallado homenaje a la gran venta dominical.



VAMOS, SUBIENDO LA CUESTA

-¿Cómo es que esa feria vino a dar al corazón del Cordón?
-Quizá por dos elementos originales que hoy resultan extraños: primero, que a las diez de la mañana, si los feriantes no habían vendido toda su mercadería, se realizaba una subasta para que no quedara nada. Segundo, que en la misma venta había una feria paralela destinada a los propios agricultores que venían a vender sus productos y donde podían comprar y surtirse de semillas, granos, instrumentos de trabajo y hasta publicaciones sobre agricultura. No es difícil imaginar el alboroto que eso provocaba, por lo cual empiezan a producirse las movilizaciones de la feria, que antes de llegar a Tristán Narvaja pasó por otras calles. Asimismo, además de las ventas, existían atracciones en teatrillos con lanzallamas, forzudos, tiros al blanco, por lo cual las autoridades no dudaron, ante ciertos actos de mal gusto, desplazar la feria hacia los  suburbios.


-Y es así que llega a la Plaza Cagancha.
-Exacto. Primero en la calle Queguay (bautizada Paraguay en 1915) y luego en la calle Ibicuy al Norte, hoy Rondeau, pero no se detuvo allí: tiempo después fue instalada en un terreno baldío donde hoy se levanta la Intendencia Municipal, antes de dividirla en otras dos aún más alejadas. El domingo tres de octubre de mil novecientos nueve, una se extendería por la calle Cuareim, desde Avenida Agraciada hasta la calle Guatemala, en el corazón de la Aguada, mientras la otra copaba la calle Yaro desde 18 de Julio hasta La Paz, que no es sino la que actualmente hace levantar temprano a los montevideanos en busca de la aventura de comprar o simplemente pasear.




UN VIAJE EN EL TIEMPO

-¿Y usted, personalmente, cómo descubrió la feria, se hizo habitué y hasta le escribió este libro histórico-costumbrista que tenemos delante?
-A mí me pasó con la feria lo que le pasó al cameraman de Teledoce, Eduardo Ruiz, cuando quiso hacer un vídeo clip basado en la canción "Durazno y Convención" de Jaime Roos. El fue a esa esquina y no encontró nada de lo que dice el texto de Roos. Ocurre que lo que cantaba Roos era la esencia antigua de ese lugar. Y con la Feria pasa lo mismo: si se va a buscar cosas concretas, hay, pero lo fundamental es lo que no se puede describir, la cosa etérea, intangible, eso que es todo y no es nada. Y yo como buen archivólogo, empecé a recopilar material, material histórico, buscar las fuentes, recuerdos de amigos, recuerdos propios, apuntes de memoristas, y ahí se fue armando este libro. Porque este libro es un viaje imaginario, no solamente espacial, que empieza en 18 de Julio, en la esquina de la Biblioteca Nacional y va bajando por don Tristán hacia el La Paz, sino que además es un viaje en el tiempo.

- ¿Qué tiempo?
-El tiempo de su existencia, sus avatares, sus mudanzas, de su historia más profunda, porque se dice que ahí estaba el Camino Real, que en los terrenos que hoy ocupa la Universidad debuta en la profesión de las armas el mismo Artigas en la Batalla del Cardal, que entonces así se llamaba esa zona, y en esa esquina también se produce el primer accidente automovilístico de Montevideo.


-...y allí también cayó Francisco Maciel, rico comerciante conocido como el Padre de los Pobres, y un gran filántropo que, entre otras obras, creó el Hospital de Caridad que lleva su nombre. Al fondo de la peatonal de la Universidad hay una estela que marca el lugar exacto donde fue muerto.
-Y allí también estaba el Cristo del Cordón, delante del que la gente se arrodillaba pidiendo favores, que actualmente está en la iglesia del Cordón. Por eso, ir a la Feria, es, además, enfrentarse con una buena parte de la historia nacional y montevideana, con una enorme cantidad de datos que abarcan desde sitios  históricos hasta los nombres de las calles, porque no hay que creer que es una moda actual ésta de desplazar nombres de ríos por apellidos de políticos. Eduardo Acevedo, por ejemplo, se llamaba Cuaró.

-¿Cual sería la recomendación básica para el visitante neófito de la Feria?
-Si quiere comprar algo, que vaya a última hora, a eso de las dos de la tarde, que es la hora de la pichincha, porque con tal de no volver con más cosas para sus casas, los feriantes aceptan ofertas del comprador. Y otra, más urgente aún: que compren mi libro.

 

LA FERIA DE TRISTÁN NARVAJA. Alfredo Vivalda. Prólogo de Guillermo Lopetegui. Ilustraciones de Fernando Navia. 87 págs. Editorial Arca, 1996.



NACIMIENTO DE LA GRAN FERIA SEGÚN EL PRIMER ALCALDE

Daniel Muñoz, primer Intendente de Montevideo al crearse el cargo en 1909, había escrito en 1884, bajo su célebre seudónimo de "Sansón Carrasco" en el diario liberal La Razón, muy jugosas viñetas ciudadanas, una de las cuales fue dedicada a la incipiente feria, todavía en su sitio original de Plaza Independencia.

"Desde la medianoche del sábado la ancha calle 18 de Julio empieza a vivir a la luz de su doble hilera de faroles formados en ala a la orilla de la acera, astros fijos en torno de los cuales giran otros con indecisa marcha, linternas que van y vienen, farolillos de luz mortecina, fósforos que destellan viva claridad por un momento y que se extinguen enseguida como esas exhalaciones que en las noches serenas cruzan el fondo negro del cielo. Desde el arranque de la gran avenida hasta la bocacalle de Río Negro, se instalan los puestos a uno y otro lado, en mesas, estantes y en el suelo, sin desperdiciar una pulgada de terreno, afanosos todos de colocarse lo más cerca posible de la Plaza Independencia. Los que más madrugan consiguen los sitios de preferencia, mientras que los tardíos van quedando rezagados a los extremos, disputándose el derecho a la ubicación de la que en gran parte depende el éxito de la venta.

A las nueve de la mañana, la feria está en su auge; por todos lados movimiento, bullicio, gritos, cantos de pájaros, cacareos de gallinas, gruñidos de cerdo,
y dominando todos los ruidos, la voz del rematador que grita:"¿No hay quién dé más?. Se va, señores, se va la rica botonadura de camisa por cinco centésimos!" Los que vienen de misa y van a misa pasan por la feria; a la feria van los que tienen novia o la buscan; allí hay de todo (...). Aquí hay un ciego que canta, allí un individuo que imita el canto de los pájaros y todos porfiando vender con más ahínco a medida que el tiempo avanza y se acerca la hora de terminar la venta, a las once de la mañana. Cuesta hacer levantar los puestos a los vendedores, tanto como cuesta hacer levantar de la cama a los muchachos remolones; dan vueltas, guardan la mercancía todo lo más lentamente que pueden, se dejan estar con los compradores de última hora para dar tiempo a que lleguen otros, pero al fin los policianos activan el desalojo, y de todo aquel encumbramiento de plantas, de flores, de legumbres, de condimentos, de pájaros, de animales y de aves, no quedan más que los desperdicios inútiles, pisoteados, enlodados, hasta que los barrenderos borran ese último vestigio del activo comercio matutino y vuelve la calle a quedar limpia y despejada".